35 años
“El camino es un elogio al espacio; cada tramo del camino tiene sentido en sí mismo y nos invita a detenernos. En cambio, la carretera, no tiene sentido en sí misma; el sentido le es dado por aquellos puntos que une. Los caminos han ido desapareciendo a la par que ha ido menguando el deseo de andar, de caminar con las propias piernas y disfrutar de ello. Camino y carretera son dos concepciones de la belleza.
Carretera es una larga línea unida por islas de belleza, camino, es belleza ininterrumpida y cambiante, un detente permanente… y así, durante toda la vida, soñó lo que el ajedrecista hace en la jugada del enroque: Desaparecer ante el ojo amenazante, irse a otra parte, sin previo aviso, tras la belleza ininterrumpida, sorpresivamente quizás”.
De este modo Milan Kundera nos relataba sobre la idea de lo efímero, de las cómodas parcialidades a las que solemos someternos casi sin atisbo de rebeldía. La Galeana utopía del camino en franca lucha contra la practicidad de la carretera. Rendirnos, bajar la cabeza, como suponiendo que todo intento por mantener la dignidad es cuestión inconveniente.
Algo de ello sucedió por aquel entonces y creo, a mi humilde entender, continúa formando parte de un inconsciente colectivo que se resiste.
Que se resiste a pesar de la templanza de las Abuelas, que muestra intolerancia a pesar de las llagas de las Madres, que sostiene una visión oblicua a pesar de la mirada diáfana de los pibes que tuvieron la oportunidad de recuperar su identidad y su historia.
Y si hay sueños que necesitan reposo, habrá entonces, enojos que merezcan aplacarse, trazas que exijan ajustarse y brazos templados que busquen abrazarse.
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